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Bosque tropical en Costa Rica
En el afán mundial por alimentar a una población cada vez mayor, algunos métodos agrícolas y de producción de alimentos están dañando el medio ambiente y privando a la tierra de nutrientes y minerales esenciales. Con motivo de la COP16 contra la Desertificación, que se inauguró en Riad el lunes 2 de diciembre, ponemos el foco en formas sostenibles de producir alimentos y que, al mismo tiempo, permitan proteger el planeta.

Artículo publicado originalmente el 14/06/2024 y actualizado el 10/12/2024

El cambio climático y la inflación mundial desbocada han revertido décadas de avances en materia de seguridad alimentaria. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación el 9 % de la población mundial pasa hambre, es decir, más de 700 millones de personas. Esta cifra ha aumentado en al menos 100 millones desde el inicio de la pandemia de Covid-19 en 2019.

Desde entonces, los precios de alimentos básicos esenciales se han disparado. Según el Banco Mundial el precio del maíz ha subido un 19 % y el del trigo un 24 %. El precio del arroz ha aumentado un 46 % en unos pocos años.

“En todos los países hay malnutrición, aunque esta se manifieste de forma diferente dependiendo del país. Nos afecta a todos”, explica Brieuc Pont en un podcast del Foro de la Paz de París. Brieuc es el secretario general de la cumbre Nutrition for Growth, una iniciativa mundial que reúne a gobiernos, donantes, empresas y ONG para acelerar los avances en la lucha contra la malnutrición.

Esta búsqueda de soluciones es también el tema central de un nuevo libro del escritor Erik Orsenna y el ex Ministro de Agricultura Julien Denormandie. En este libro titulado Nourrir sans dévaster hablan con agricultores, expertos e historiadores de Brasil, Ucrania y Egipto para averiguar cómo se producen los alimentos, desde los preocupantes métodos basados exclusivamente en los pesticidas hasta la vuelta a métodos más naturales para una producción sostenible.

Su trabajo comenzó en Francia donde, a pesar de ser una potencia agrícola, el 16 % de la población no come lo suficiente. En Francia, como en el resto del mundo, la inflación es una de las principales causas del repunte de la malnutrición. Esta se ve agravada por el aumento del consumo de alimentos ultraprocesados, una tendencia que se está extendiendo en todos los países del Sur, como Brasil. A pesar de la reducción de los niveles de desnutrición en las últimas décadas las tasas de obesidad en Brasil han aumentado considerablemente pasando del 3 % en la década de 1970 al 22 % en 2019 en el caso de los hombres, y al 30 % en el de las mujeres.

La malnutrición no sólo se debe a la falta de alimentos, sino también a alimentos de mala calidad que no aporten los nutrientes necesarios. “Algunos países en desarrollo están pasando de dietas tradicionales ricas en cereales y fibra a una dieta más occidental rica en azúcar y grasas”, como explica Brieuc Pont en el podcast del Foro de la Paz de París podcast del Foro de la Paz de París. “Esta transición suele conllevar un aumento de enfermedades no transmisibles como la diabetes y la obesidad”.

Por ejemplo, la forma de vivir de los habitantes de la Amazonia se ha visto alterada tras décadas de deforestación. Se calcula que el 45 % de las personas que viven en el norte de Brasil padecen inseguridad alimentaria. En el estado brasileño de Cerrado, Erik Orsenna y Julien Denormandie conocieron a un agricultor llamado Neto y que cultiva maíz, trigo y soja. Ante el aumento del precio de los fertilizantes, ha conseguido sacar más cosechas del suelo rojo y rico en hierro de la región introduciendo bacterias beneficiosas para la nutrición de plantas y cultivos, ya que generan micronutrientes como el hierro.

El periodista británico George Monbiot, especializado en medio ambiente, se propuso encontrar técnicas innovadoras para producir alimentos sanos. En la mitad de su libro Alimentar al mundo... sin devorar el planeta, publicado en 2022, descubrió un milagro moderno en el sur de Inglaterra: más de 100 variedades de hortalizas crecen en tierras que no están clasificadas como cultivables.

George Monbiot se reunió con Iain Tolhurst en su granja ubicada entre Oxford y Reading, una explotación que ha obtenido tan buenos resultados que está siendo estudiada por científicos. Sus campos están formados por hileras de árboles y extensos parterres de flores, en los que crecen 75 especies de flores silvestres. Los rendimientos no han dejado de aumentar sin recurrir a pesticidas, fertilizantes ni insumos artificiales. En su lugar, Iain Tolhurst utiliza la rotación de cultivos y abonos verdes: plantas y flores cuyas raíces retienen agua bajo tierra fuera de temporada. Cuando estas plantas finalmente se descomponen, enriquecen el suelo de forma natural y los cultivos se benefician la temporada siguiente. “El objetivo es que las plantas aporten al menos la misma cantidad de carbono y minerales que nosotros obtenemos de ellas”, explica Iain Tolhurst a George Monbiot.


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La rica variedad de cultivos, plantas y flores atrae a su vez a muchos insectos y animales, incluidos los que atacan y controlan las plagas, creando un círculo virtuoso. “La biodiversidad es el motor de la granja”, añade Iain Tolhurst. “Cuando me preguntan qué cultivo, digo que ‘biodiversidad’. Las verduras son un subproducto”.

Métodos naturales como estos tendrán que multiplicarse y extenderse si se quiere que el planeta tenga alguna posibilidad de alimentar a la población mundial, que se espera alcance los 10 000 millones a finales de siglo.

El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) advierte: la desertificación, la pérdida de tierras y la degradación del suelo podrían hacer que hasta el 10 % de las actuales tierras cultivables dejen de ser aptas para la producción de alimentos.

El 11º Índice Global de Seguridad Alimentaria de The Economist, publicado en 2022, mostró una brecha cada vez mayor entre países como Finlandia e Irlanda, por un lado, y muchos países del África subsahariana, por otro, países que han puntuado mal en este ámbito, debido en gran medida a las restricciones en la cantidad, accesibilidad, calidad y seguridad de los alimentos disponibles.

Los países con una buena puntuación en materia de seguridad alimentaria suelen invertir en investigación y desarrollo y cuentan con sólidas infraestructuras de abastecimiento. Los investigadores también observaron que fomentar el empoderamiento de las agricultoras aumentaba la puntuación global en seguridad alimentaria en más de un 18 %.